Vivek Kaliraman, que vive en Los Angeles, ha celebrado todas las navidades desde 2002 con su mejor amigo, que vive en Houston. Pero, este año, por el riesgo de COVID, en lugar de ir en avión, manejó y piensa quedarse varias semanas.

El viaje, que le llevaría 24 horas, era demasiado largo para hacerlo en un día, así que Kaliraman llamó a siete hoteles en Las Cruces, Nuevo México —que está a medio camino— para preguntar cuántas habitaciones ofrecían y cuáles eran sus protocolos de limpieza y entrega de alimentos.

“Llamaba por la noche y hablaba con una persona de la recepción y luego volvía a llamar durante el día”, dijo Kaliraman, de 51 años, que es empresario en el sector de la salud digital. “Quería estar seguro de que las dos personas me dieran la misma respuesta”.

Cuando llegó al hotel elegido, pidió una habitación que hubiera estado desocupada la noche anterior. Y aunque esa noche hacía frío, dejó la ventana abierta.

Precauciones por estadísticas aterradoras

Muchos estadounidenses, como Kaliraman, que finalmente llegó a Houston, todavía piensan viajar en diciembre, a pesar de que las cifras de coronavirus en el país empeoran día a día.

La primera semana de diciembre, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) informaron que la tasa de hospitalización semanal por COVID estaba en su punto más alto desde el comienzo de la pandemia.

Más de 283,000 estadounidenses han muerto a causa de COVID-19. Los funcionarios de salud pública se preparan para un aumento de casos como resultado de los millones de personas que, desoyendo el consejo de los CDC, viajaron para celebrar el Día de Acción de Gracias, incluyendo los 9 millones que pasaron por los aeropuertos del 20 al 29 de noviembre.

Los hospitales están colmados. Por eso, de nuevo, expertos en salud recomiendan a los estadounidenses que se queden en casa durante las fiestas.

Para muchos, sin embargo, los viajes se reducen a una cuestión de riesgo-beneficio.

Según David Ropeik, autor del libro “How Risky Is It, Really?” y experto en psicología de la percepción de riesgos, es importante recordar que lo que está en juego en este tipo de situaciones no puede ser cuantificado con exactitud.

Nuestro cerebro percibe el riesgo al observar primero la amenaza —en este caso, contraer o transmitir COVID-19— y luego el contexto de nuestra propia vida, que a menudo involucra emociones, explicó.

Si conoces personalmente a alguien que murió por COVID-19, eso es un contexto emocional agregado. Si quieres asistir a una boda, es escenario.

“Piensa en ello como una balanza. A un lado están todos los datos sobre COVID-19, como el número de muertes”, dijo Ropeik. “Y del otro lado están todos los factores emocionales. Las vacaciones son un gran peso en el lado emocional”.

Las personas que entrevistamos para esta historia dijeron que entienden el riesgo que implica. Y sus razones para viajar difieren. Kaliraman comparó su viaje para ver a su amigo con un ritual importante: no se ha perdido esta visita en 19 años.

Lo que está claro es que muchos no se toman la decisión de viajar a la ligera.

Para Annette Olson, de 56 años, el riesgo de volar desde Washington, D.C., a Tyler, Texas, valía la pena porque necesitaba ayudar a cuidar de sus padres, ya muy mayores, durante las vacaciones.

“Desde mi punto de vista, yo represento un riesgo menor para ellos que el que supondría tener a una enfermera viniendo a la casa, que entra y sale, y va a otras casas”, comentó Olson. “En cuanto llego yo, estoy en cuarentena”.

Ahora que está con sus padres, lleva una máscara facial en las zonas comunes de la casa hasta que reciba los resultados de la prueba de COVID.

Otros piensan ponerse en cuarentena semanas antes de ver a sus familiares; aunque, como en el caso de Chelsea Toledo, la familia que va a visitar esté a sólo una hora en auto.

Toledo, de 35 años, vive en Clarkston, Georgia, y trabaja desde su casa. Sacó a su hija, de 6 años, de la escuela en persona después del Día de Acción de Gracias, con la esperanza de ver a su mamá y a su padrastro en Navidad.

Madre e hija harán cuarentena durante varias semanas y pedirá que les envíen las compras del mercado para no entrar en contacto con nadie antes del viaje. Toledo no sabe si seguirá con este plan. Todo puede cambiar basado en base a los casos de COVID en su área.

“Estamos tomando las cosas semana a semana, o realmente día a día”, contó Toledo. “No hay un plan para ver a mi madre; está la esperanza de verla”.

Para los jóvenes adultos que viven solos, ver a los padres en las fiestas es una recarga de energía en este año difícil. Rebecca, de 27 años, vive en Washington, D.C., y condujo con una amiga con la que vive, a Nueva York para ver a sus padres y a su abuelo en Hanukkah. (Rebecca le pidió a KHN que no publicara su apellido porque temía que la publicidad pudiera afectar negativamente su trabajo, que es en la salud pública).

“Estoy bien, pero creo que tener una ilusión ayuda. No quería cancelar mi viaje”, dijo Rebecca. “Soy la única hija y nieta que no tiene hijos. Puedo controlar, más que nadie, lo que hago y con quién entro en contacto”.

Ella, y las dos amigas con las que vive, estuvieron en cuarentena durante dos semanas antes del viaje y se hicieron la prueba de COVID-19 dos veces durante ese tiempo. Ahora que Rebecca está en Nueva York, se ha puesto en auto cuarentena durante 10 días y se hará la prueba de nuevo antes de ver a su familia.

“Creo que, con lo que he hecho, voy segura”, comentó Rebecca. “Aunque sé que lo más seguro es no verlos, así que me siento un poco nerviosa”.

Porque el mejor plan siempre puede fallar. Las pruebas pueden dar falsos negativos y los familiares pueden pasar por alto la posible exposición o no creer en la gravedad de la situación.

Para entender mejor las consecuencias potenciales del riesgo que se está corriendo, Ropeik aconseja tener pensamientos “personales y viscerales” sobre lo peor que podría pasar.

“Imagina que la abuela se enferma y muere” o “que la abuela está en la cama del hospital y no puedes visitarla”, dijo Ropeik. Eso equilibrará la atracción emocional positiva de las fiestas y te ayudará a tomar una decisión más fundamentada.

¿Reducción de daños?

Todos los entrevistados para esta historia reconocieron que muchas de las precauciones que están tomando son posibles sólo porque disfrutan de ciertos privilegios, incluyendo la posibilidad de trabajar desde casa, poder aislarse o hacer que les envíen los comestibles; opciones que pueden no estar al alcance de todos, incluyendo los trabajadores esenciales y aquellos con bajos ingresos.

Aun así, los estadounidenses viajarán durante las vacaciones de diciembre.

Y al igual que con la enseñanza de prácticas sexuales seguras en las escuelas, en lugar de un enfoque basado únicamente en la abstinencia, es importante dar estrategias de mitigación de riesgos para que “si se va a hacer, se piense en cómo hacerlo de forma segura”, recomendó el doctor Iahn Gonsenhauser, del Centro Médico Wexner de la Universidad Estatal de Ohio.

En primer lugar, Gonsenhauser aconseja observar los números de casos de COVID en tu área, considerar si viajas de una comunidad de alto riesgo a una de bajo riesgo y hablar con tus familiares sobre los riesgos. Además, comprueba si el estado al que viajas tiene requisitos de cuarentena o de pruebas que debes hacerte al llegar.

Y ponte en cuarentena antes del viaje, las recomendaciones van de siete a 14 días.

Otra cosa que hay que recordar, dijo Gonsenhauser, es que una prueba de COVID negativa antes de viajar no es una garantía, y sólo funciona si se hace en combinación con el período de cuarentena.

También se debe considerar el medio de transporte: conducir es más seguro que volar.

Por último, una vez que hayas llegado a tu destino, prepárate para lo que podría ser la parte más difícil: continuar el distanciamiento físico, usar máscara y lavarte las manos. “Es fácil bajar la guardia durante las vacaciones, pero hay que mantenerse alerta”, concluyó Gonsenhauser.

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